Junto aquí: (aquí junto) re-descubro con hurgar un poco, y reúno luego en un conjunto: garabatos líricos —o si lo prefieren, poéticos—, travesuras, ocurrencias, versos cuyo propósito, si es que alguna vez lo tuvieron, no ha dejado memoria, sino el rastro de sí mismo, ahora impreso en esta página.
Invocación a la rosa
(Preludio)
En el umbral del agua,
del fuego, de la sangre
que fluye, animosa, animada,
palpitante,
En el carnal refugio de lo espíritu; reflujo,
oásis;
ardiente brasa de contenida llama
(tembloroso ruego de la espina)
está la rosa suspendida
en unción perpetua.
A sus balcones de espléndida rareza
furtivamente asoma un rostro, oculto
tras las hojas.
Se vislumbra además en el poniente
una puesta de sol sobre el desierto.
La rosa a la rosa no se asoma
No se inclina
En ella están reunidos los lagos todos
del amanecer;
la ruborosa aurora. Las boreales
en sus pétalos;
playas en las que se desangra
un pez golpeado por las olas.
Por ese hilo se escurre el prodigio
que la arena acoge con su habitual encono.
Rosa, remolino, viento
hinchado de dunas;
laberinto
de eternidad en que el instante
nace y muere
para renacer evocado
en la vaguedad de una caricia. Una.
Despedida y encuentro
o emblema
del amor. Distancia compartida
en fuga.
¡Oh, rosa,
por fin llegas a la espina
de donde partiste una tarde,
muy pálida
para llevar color a la belleza
y hacerle un aposento.
(I)
Reinas del mar, sobre las olas
¡Oh sosegada sal sobre mis labios!
Soberana esplendes. Rosa, tu virtud,
ahora y siempre nos consuele.
Renacida de ti, siendo infinita:
origen eres de que no lo tiene.
Señera rosa, incomparable eres
Afrodita no es, sino en la espuma.
Reposo das, a quien tu nombre invoca
Orilla y firme, sin batir de olas.
¡Sabio es tu rumbo, sabedor de abrigos!
Acógenos, señora sin espinas