Para muestras un botón, o dos. Los dibujos y temas de Isnel Planas:
* (Notas a un catálogo para una exposición a cargo del doctor Rolando Morelli)
Coinciden aquí, en los dibujos a tinta y a lápiz de Isnel Planas —coincidencia que, naturalmente no lo es de manera gratuita, y mucho menos fortuita— varios elementos constitutivos del mosaico imaginario isleño cubano: el campesino, con sus paisajes (flora y fauna); el urbano tradicional y pueblerino de enrejados y balcones coloniales; el blanco y el negro —negriblanqueado— (o blanquinegreado, que viene a ser lo mismo, mulato). Y se halla aquí la rosa —paisaje en sí misma— que obliga a detenerse en su fisonomía, en su laberíntica e intrincada personalidad. ¿Y en tratándose de rosas, de qué rosa viene a tratarse en fin, o tal vez sólo en principio? Se trata sí, de la rosa de Brull sin dudas: enigmática, seductora, maravilla de artificio natural.
Rompo una rosa y no te encuentro.
Al viento, así, columnas deshojadas,
palacio de la rosa en ruinas
Ahora —rosa imposible— empiezas:
por agujas de aire entretejida
al mar de la delicia intacta,
donde todas las rosas
—antes que rosa—
belleza son sin cárcel de belleza.
Pero también de la rosa martiana: simple, generosa, dada:
Cultivo una rosa blanca
En julio como en enero,
Para el amigo sincero
Que me da su mano franca
Y para el cruel que me arranca,
El corazón conque vivo
Cardo ni ortiga cultivo,
Cultivo una rosa blanca
Blanca, o negra de tintas (negra retinta); o blanca entintada, pero ofreciéndose no sin riesgos desde el recorte de papel de dibujo técnico —desecho que aprovecha el artista, arrebatado al dibujante profesional— recorte-desecho en que el artista, cartógrafo de una peculiar geografía biográfica de la rosa la ensaya incesantemente: siempre aspada como araña que se engrencha en una amenaza que le sirve para encubrir su vulnerabilidad. Primero, naturalmente, es la rosa. Como había de ser y fue el verbo del principio. Con ella adquiere el artista su don de lenguas. Cerrada, abierta, ensimismada, espinosa, intrincada, irrepetible, se repite hasta componer este jardín de muestras únicas. La mirada del artista se distancia poco a poco hasta alcanzar una cosmovisión que es, y no dejará de ser la de la rosa. Surgen así de ese humus prodigioso y nutricio otros paisajes, la isla misma. Navega o boya aquí el mismo monte cuyas pulsaciones pueden escucharse en las páginas de Lydia Cabrera, y que nace en ambos casos desde sus fuentes primigenias. Echa raíz, y se levanta sobre una isla-pontón, anclado a sus mareas y tormentas.
El artista concibe sus dibujos con un abigarramiento que nace de su íntimo contacto con la tierra donde todo se aprieta y se junta para conseguir —y concebir— un nuevo dibujo vegetal, aéreo; y en no menor medida se origina también de cierta simpleza nada simple conque se maneja en su quehacer artístico y personal. Porque Isnel Planas dibuja no para que usted cuelgue un cuadro conveniente de su pared en blanco, aunque sus dibujos puedan prestarse con ventaja al solaz de la contemplación. Hay detrás de esta aparente simpleza endeudada con la de la rosa, una trama que penetrar y dilucidar. Aún más, hay una invitación a recomponer el dibujo, —invitación que no podríamos desestimar— a la manera en que uno armaría un rompecabezas, es decir, integrando lo que, por otra parte ya está, y en vez de requerir un esfuerzo extraordinario de nosotros, se contenta con nuestra complicidad creativa. Rehuyo la palabra primitivismo porque esta palabra tiende ya a encasillar en su jaula —de monos, o moneada— al artista que busca mediante técnicas consideradas ingenuas, apresar un paisaje casi siempre interior, retratar o concebir una imagen cualquiera. La exquisita técnica de estos dibujos de Isnel Planas —que al artista le ha venido naturalmente, a fuerza de desear su posesión— se corresponde en todo con el objeto. A la precisión, serenidad, consistencia y gracia de las líneas, que consiguen dar solidez al dibujo a la vez que lo dotan de cierta apariencia frágil, se corresponden la temática fabulesca de los dibujos, y los motivos-símbolos que le dan concreción sobre el papel. A veces, el dibujante enmarca esas historias con unos festones obviamente delimitantes como llamados al pie que nos indican un contexto. No obstante, si observamos dichos marcos, notaremos cierta preferencia por las líneas encontradas y tortuosas del laberinto. Es decir, que si somos de los afortunados que aún no han dejado de soñar, y somos ricos en sueños y otros bienes de sensibilidad, (he ahí la mayor pericia) podremos asomarnos al otro lado de eso que podríamos llamar el de nuestra cotidianidad y penetrar el recinto murado del dibujo. El artista no ha colocado a un arcángel armado de su espada flamígera para guardar la entrada a ese jardín del Edén sui-géneris, sino que ha preferido perder a los profanos que se acerquen con ánimo avieso o confundidos por sus propios prejuicios academizantes, en los circunloquios de un simple trazado que parece no conducir a ninguna parte, a menos que —naturalmente— se sigan las pautas que llevan al encuentro. Isnel no ha podido conocer en su país “El Monte”, libro de su compatriota Lydia Cabrera, pero su conocimiento le viene del imaginario colectivo de donde aquél también procede. Procedente de igual fuente, aunque imbuido de su imaginario surrealista, la jungla lamesca que Isnel Planas habrá seguramente visto en incontables reproducciones, le ofrece un asidero plástico a manera de referente, aunque tal vez no le hubiera hecho falta. Al modo de “La Jungla” de Wifredo Lam, los dibujos de Isnel Planas constituyen “anécdotas”, patakines de la tierra. ¿Qué historias son ésas que nos cuentan los dibujos de Isnel? Detengámonos un poco en este punto. Y hagamos de ello punto y aparte.
El paisaje de la jungla lamesca está constituido de figuras verticales. Mezcla abigarrada de gentes en un mundo vegetal que los circunda ycompleta. Danza ritual o carnaval isleño que importa ciertos motivos del Africa, con sus diablitos danzarines, y enmascarados lúdicos, hay aquí un movimiento que se concibe en su inmovilidad, o más bien, mediante la inmovilización del movimiento que constituiría la anécdota. Tal parece que se viera sobre la pantalla de un cinematógrafo el fotograma único de una película filmada en cinemascope y proyectada a través de un lente inadecuado. Las figuras se aprietan hasta alargarse y estirarse en una especie de visión manierista. Alguna profundidad se consigue dar al plano con ayuda de formas redondas tales como nalgas, un vientre, pechos de mujer, que también son o pueden ser frutas que cuelgan de una rama; maracas o sonajeras de este carnaval. Por su parte el paisaje en los dibujos de Isnel Planas es barroco por el desborde constante, como si la isla —la rosa o cualquier otro de sus motivos— no pudieran ser contenidos en su visión. No es tampoco un barroco de volutas, condenado a la caída o al ensimismamiento. Y no se trata en ningún caso de un exceso rococó. Hay algo alado en la raíz de todo. Las figuras se abren en forma de abanico, se prolongan en el hechizo de la línea que sube o se proyecta hacia todas partes. Un pistilo crece hasta individualizarse, lo mismo que una corola está llena de rumbos y camina en todas direcciones. Otras veces, una corola se vuelve pájaro, o es el pájaro mismo que florece. Estos dibujos-patakines nos cuentan las historias que el monte se guarda; nos hablan de la laxitud pueblerina; del entramado de calles adoquinadas que hacen la ciudad; del imaginario infantil que da cabida al personaje del Zorro enmascarado en el medio natural del niño. Así como se ensayó en el misterio de la rosa para desentrañarlo, Isnel Planas ha continuado incorporando a su repertorio plástico otros motivos, sin desertar los iniciales. Adquisición y enriquecimiento, en lugar de ruptura. Igualmente, ha continuado ensayando e incorporando técnicas. A la tinta y el grafito inicial, ha incorporado texturas en papel y corcho. Al blanco y negro ha añadido con desigual acierto el color: creyón y óleo*. Del primero, vemos aquí apenas unas muestras, pero sobre todo, éstas que presentamos corresponden aún al primer período de la producción del artista, metido hasta la cintura en sus tintas y recortes de papel usado, arrancados al cesto donde se arrojan papeles y desechos. Hay todavía un parentesco —afinidad debiera decir— entre los dibujos de Isnel y el trazo de otro compatriota suyo (como Lydia Cabrera expatriado y por tanto, desconocido del joven artista), Jorge Camacho. Si apunto unas y otras congruencias o puntos de contacto temáticos y de concepción en el trazo, entre el artista joven y otros de sus coterráneos, es porque me parece singular este cruce de mensajes en un telégrafo imposible, que sin embargo halla la sintonía sin demasiada estática o interferencia. Tal vez ahí radique, sobre todo, el sentido de la comunicación y el poder comunicativo de la poesía. E incluso, es posible que ahí también se encuentren algunas de las claves de lo cubano universal. En resumen: la metapoesía* de Lydia Cabrera, la sinoafrocubanía de Lam, la rosa de Brull y la de Martí, y por último los dibujos —endiablados diablitos— de Jorge Camacho desde París. Se ve al fin claramente, que aquí nada es coincidencia por más que muchas sean las vertientes que coinciden en los dibujos de Isnel Planas.
R. M.
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Dos poemas de Rolando Morelli inspirados en algunas de las muestras:
«Rosa Afgana»
Esta corona de almenada plaza
sobre mi cabeza aposentada
advierte
al impostor que a mi se acerca
con presunción de fuerza,
cuál ha de ser del sitio que así pone
el obligado sino
Inexpugnable soy ,
al rayo y la alabanza
Plaza fuerte
a quien no hay ardor
que la seduzca o rinda
En cambio un colibrí
hace nido en mí. Liba en mi pecho
Y por encargo, viene y va
entre tu corazón y el mío
sin cansarse.
«Llanto de la despedida»
¿Quién
de ti se despide?
¿Quién
de mí?
¿Somos
tú y yo
estos, esos, aquellos
que así no más dicen adiós
mientras se alejan
como si despedirse fuera
la cosa más natural del mundo?
Sin pañuelos (con lágrimas
—multitud de lágrimas—,
pero sin pañuelos)
y a veces sin un hombro
donde llorar la pena
y la alegría de partir
Si no es posible despedirse
de uno mismo, acaso para siempre
¿O es posible después de todo
y uno parte
desde sí mismo hacia un confín
distante
de otra orilla?
¿Hacia dónde vamos
tú y yo
por rumbos encontrados
en busca de horizontes?
Al pie mismo del monte
mi corazón entierro
sin mucha ceremonia
Lo saben, la raíz
y este promontorio que elegí
para el sepulcro
Si aún digo adiós y agito el brazo
con vehemencia, será para ocultar
que aquí me quedo
sin ti
que partes igualmente
Lloro
Y estas lágrimas me adornan
como si de entregarte una guirnalda
se tratara
Pero es tal la distancia
que ya no ves mis lágrimas
Allá
en lo alto de una loma, palmas;
y un bosquecillo tembloroso y vago
El sol se irá poniendo sobre ti;
—también—
gastando tus contornos de luz
irá borrándote.